El reloj envejeció y se paró un día. Calló su monótono tictac, se quebró el cristal, enmohecieron sus manecillas. Las arañas tejieron resistentes telas aprisionándole en un abrazo letal, invitándole a no despertar, a morir para siempre.
Pero la maquinaria del tiempo, esa cosa abstracta siempre engrasada, siguió caminando hacia el futuro con su silenciosa canción. Segundo a segundo, minuto a minuto, hora tras hora... EL TIEMPO (Ana Sefern)