El otoño se detuvo a sus pies un instante. Ella inhaló profundamente, tanto que atrapó su primer aliento todavía tibio, su primer suspiro aún con ecos de estío, su primer aroma entre las hojas caídas, el de la tierra húmeda tras la breve llovizna.
Recogió una hoja del suelo, la estrujó, la volvió a dejar caer por entre los dedos. Se lamió los labios resecos saboreándolos y tragó saliva con ligero regusto metálico. Captó las primeras imágenes un poco veladas por el agua que también enturbiaba su mirada. Notó cómo se evaporaban de sus huesos las cenizas del verano, cómo éstos languidecían, cómo languidecía su espíritu mientras la serenidad de la tarde se le colaba bajo la piel, el aire fresco le arañaba las mejillas y pausados sonidos en sordina se aproximaban a hurtadillas, trepando hasta sus oídos e instalándose en su cerebro sin molestar.
La cautivó ese momento que, adormeciendo la tristeza, la hizo sentir renovada.
Se fundió con él, se elevó con él.
Y juntos, siguieron su camino.
Y juntos, siguieron su camino.
A. Sefern EL OTOÑO A SUS PIES
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Nena K.